Cuento Zen: el infierno y el cielo

Maribel Gabasa
Un samurái le pidió a un maestro que le explicara la diferencia entre cielo e infierno. Sin responderle, el maestro se puso a dirigirle gran cantidad de insultos. Furioso, el samurái desenvainó su sable para decapitarle.
– He aquí el infierno – dijo el maestro antes de que el samurái pasara a la acción. El guerrero, impresionado por estas palabras, se calmó al instante y volvió a enfundar el sable. Al hacer este último gesto, el maestro añadió:
– He aquí el cielo.
Al entrar en determinados estados, nos creamos nuestro propio infierno, así como al entrar en otros estados nos creamos nuestro propio cielo. El infierno y el cielo dependen de nosotros.
Cuando mantengo un estado de calma interior, evito ser esclavo de mis emociones. Así mismo, ello me ayuda a conservar la calma cuando los demás se acaloran y se irritan. Tener calma no significa mantenerse distante o despreocuparse. Por el contrario, requiere una naturaleza profundamente bondadosa y conciliadora, y ayudar a los demás del mejor modo posible.
Si soy capaz de tomar distancia de las situaciones y observar con calma sin juzgar ni criticar, comienzo a saber qué debo hacer. Una buena regla práctica para tomar decisiones es preguntarme: ¿En qué medida beneficiará esto a todos los que están implicados?
Regir nuestra vida por elevados valores éticos es un gran reto. Nadie puede decirme que principio puede guiarme en cada situación. No hay normas fijas para seguir.
La solución reside en mi propia capacidad para captar lo esencial de un asunto. Para percibir qué ocurre realmente en una situación, primero debo asegurarme de que mi mente está libre de la confusión que nace de mi propia negatividad. De ese modo, tendré la claridad mental necesaria para comprender los motivos que impulsan a los demás.
La travesía de la vida está llena de cambios. La vida es cambio, movimiento y crecimiento. Cuando estamos en medio de un vendaval de cambios e inconstancia, debemos fijar la mirada interior en la calma y la estabilidad. Esto nos dará la fuerza interna para afrontar las situaciones nuevas y diferentes que nos sobrevienen, y nos servirá de apoyo para pensar con claridad y tomar decisiones apropiadas.
Los tipos de pensamientos que tenemos son muy importantes, porque están conectados con las emociones que sentimos.
Hay varias categorías:
PENSAMIENTOS INÚTILES: Los que no tienen nada que ver con la realidad. Estos pueden incluir los de dudas, excusas, la creación y mantenimiento de fantasías («construir castillos en el aire»), preocupaciones sobre trivialidades, confusión, malos entendidos y paranoia.
PENSAMIENTOS NEGATIVOS: Los que tienen su origen en estados como la ira, el ego, el apego, son difíciles de desviar, son reflexivos y creíbles, se entretejen inadvertidamente a través del flujo del diálogo interno. Todos hemos tenido la experiencia de un pensamiento deprimente que dispara una larga cadena de pensamientos deprimentes asociados.
PENSAMIENTOS NECESARIOS: Los que están conectados con el ejercicio de la propia responsabilidad, de la familia, de la profesión, de la sociedad u otros aspectos. Estos podrían incluir la responsabilidad de cuidar la propia salud e higiene.
PENSAMIENTOS ELEVADOS: Los que están relacionados con la introspección, el conocimiento y desarrollo de aspectos más espirituales y saludables hacia mi ser.
Aunque no nos propongamos ser críticos, muchas veces y de forma inconsciente me fijo en mi debilidad y errores. Cuanto más me acostumbro a apreciar lo que está bien y centrarme en todo lo bueno que me pasa y del aprecio que siento por los que me valoran y me quieren, más crece mi propio sentimiento de bienestar. Así como si pienso continuamente en los errores de los demás, creo una barrera que me impide acceder a lo bueno que hay en mí.
La única persona a la que uno puede controlar realmente, o tener muchas esperanzas de cambiar, es a mí mismo. La falacia del cambio, sin embargo, supone que una persona cambiará para adaptarse a nosotros si se la presiona lo suficiente. La atención y energía muchas veces la dirigimos hacia los demás, por lo tanto, hacia los demás porque la esperanza de felicidad se encuentra en conseguir que los demás satisfagan nuestras necesidades. Esto me lleva a pensar que mi felicidad depende de los demás.
En la raíz de ciertas distorsiones de nuestro pensamiento está la creencia de que lo que sentimos tiene que ser verdadero. Si me siento perdedor o perdedora, entonces debo serlo, si me considero feo o fea, pues lo seré. Todas las cosas negativas que sentimos sobre nosotros mismos y los demás, deben ser verdaderas porque se sienten como tales. El problema con el razonamiento emocional es que las emociones por sí mismas no tienen validez. Son productos del pensamiento. Si tengo pensamientos y creencias deformadas, mis emociones reflejan estas distorsiones. Creer siempre en las emociones propias es como creerse todo lo que se imprime.
Cuanto mayores son las exigencias internas, más necesito nutrir mi calma interior, estabilidad y optimismo. Si las abandono, las circunstancias me zarandearán con sus inesperadas vueltas y revueltas. Una vez que he aprendido a generar mi propia felicidad y paz estables, no hay nada que no pueda afrontar.
Cuando aprendo a respetarme a mí misma, los demás también me respetan. Teniendo pensamientos positivos y alentándome a crecer y cambiar para mejorar. Si aprendo a disfrutar del momento presente y dar lo mejor de mí mismo en cualquier situación, evito llegar a sentirme frustrado/a y agobiado/a en mi vida. Darnos cuenta muchas veces de que lo que importa no es tener razón, dar argumentos contundentes o lograr que se acepten mis ideas. Lo que importa es ser capaz de reconocer mis errores, hacerme responsable de ellos, aprender la lección y seguir adelante con mayor grado de madurez.
Cuando he alcanzado cierto grado de paz interior, logro oír la voz de mi sabiduría y sé cuándo y dónde aplicar mejor mi energía y podré sentirme más satisfecho/a con mi vida.