Se acabaron las vacaciones, ¿y ahora qué?

Maribel Gabasa
Cómo empezar de forma positiva en nuestro día a día.
El inicio del trabajo, las obligaciones, la vuelta al colegio de nuestros hijos, etc., hace que nos cuestionemos a la vuelta de las vacaciones aspectos de nuestras vidas.
Después de la desconexión, ¿cómo volverme a conectar?
Surgen en nuestra mente preguntas como:
- ¿Podré aguantar todo de nuevo?
- ¿Tendré que volver a escuchar el discurso poco comprensivo de mi jefe?
- ¿Podré con el cambio de escuela de mi hijo sin que me afecten mucho sus constantes protestas?
- ¿Debería tener más paciencia con mi pareja que se queja constantemente de su trabajo?
Y una lista de preguntas que todos nos volvemos a hacer después de las vacaciones, ya que iniciamos un “nuevo curso vital”.
¿Realmente volvemos a enfrentarnos a nuevos desafíos?
O son los mismos de siempre, que se van repitiendo a lo largo de los años, con los comprensibles cambios vitales a los que nos vemos expuestos. Voy a compartir dos casos que nos pueden ayudar a reflexionar sobre estas cuestiones.
Una amiga de un conocido tuvo un inesperado golpe de suerte. Dieciocho meses antes de tenerlo, había dejado su trabajo como enfermera para asociarse con dos amigos en una pequeña empresa de servicios sanitarios. El nuevo negocio tuvo un éxito fulgurante y, al cabo de dieciocho meses, fue adquirido por una gran empresa, que les pagó una enorme suma. Tras unos inicios modestos, esta mujer entró en posesión de un patrimonio que le permitió retirarse a los cuarenta y dos años. Mi conocido la encontró un día y le preguntó que cómo disfrutaba de su jubilación anticipada, y como sentía su reciente y afortunado cambio.
Bueno -le contestó-, es magnífico poder viajar y hacer las cosas que siempre he deseado. Sin embargo –añadió-, aunque parezca extraño, después del entusiasmo por haber ganado tanto dinero, todo volvió más o menos a la normalidad. Claro que ahora tengo una casa nueva y muchas más cosas, pero en conjunto no creo que sea mucho más feliz que antes.
Conozco otro caso de una persona de la misma edad que descubrió que era seropositivo. Al hablar de cómo lo había afrontado, comentó: «Naturalmente, al principio estaba desolado, y tardé casi un año en aceptar el hecho de que tenía el virus del sida. Pero las cosas han cambiado en este último año. Tengo la impresión de que cada día recibo mucho más que antes y me siento más feliz que nunca. Parece como si hubiera aprendido a apreciar las cosas cotidianas y me siento agradecido por el hecho de que, hasta el momento, no haya desarrollado ningún síntoma grave y pueda disfrutar realmente de las cosas que tengo. Y aunque, desde luego, preferiría no ser seropositivo, tengo que admitir que eso ha transformado mi vida en algunos aspectos. Y favorablemente».
Estos dos casos nos ilustran en una cuestión esencial: la felicidad está determinada más por el estado mental, que por los acontecimientos externos.
En nuestro volver después de vacaciones ocurre algo similar. El estado ocioso y de falta de obligaciones que nos trae el verano y las vacaciones (muy necesarias por otra parte) nos vuelve a colocar y a hacernos conscientes del escenario real en el desarrollo de nuestras vidas en el momento presente:
- Si tenía un problema con mi pareja por el hecho de cómo organizarnos en el día a día, vuelve a aparecer.
- Si tenía un conflicto con un compañero de trabajo que siempre tiende a hacerme bromitas que no me gustan, a la vuelta sigue ahí.
- Si tengo que escuchar las quejas constantes de mi hermana acerca de su marido, que por más que dice, no soluciona, continúa con lo mismo.
Hay un factor mental que nos afecta de forma elevada: LA MENTE QUE COMPARA.
¿Qué define nuestra percepción y nivel de satisfacción? Al comparar nuestra situación actual con nuestro pasado con lo vivido y descubrir que estamos mejor, nos sentimos felices. Muchas veces miramos a nuestro alrededor y nos comparamos con los demás. Por mucho que ganemos, tendemos a sentirnos insatisfechos si el vecino está ganando más. Las comparaciones constantes con quien a nuestro criterio son más listos o más guapos o más felices, tienden a alimentarnos la envidia, la frustración y la infelicidad.
A la vuelta a la normalidad después de nuestras vacaciones, a veces repasamos un poco más lo que creemos que nos falta o que no tenemos.
Los expertos aseguran que existe el llamado Síndrome Postvacacional, que está caracterizado por un cuadro de ansiedad y tristeza a la hora de reincorporarnos al trabajo y rutinas cotidianas, después de haber disfrutado de un periodo vacacional.
Esta ansiedad y tristeza dependen de nuestro nivel de satisfacción laboral, de los pensamientos negativos e irracionales que podemos tener respecto a cómo debería ser nuestra vida, que lo determina en gran medida nuestras comparaciones, y de los factores externos que nos pueden producir estrés tales como los atascos, nuestro uso del medio de transporte, las condiciones de nuestro trabajo, un horario laboral inadecuado y la baja remuneración, sentirnos inseguros/as en la crianza de nuestros hijos, etc.
Cuando la vuelta al trabajo nos produce ansiedad, podemos poner en práctica los siguientes consejos.
Cómo afrontar la vuelta al trabajo después de vacaciones
1. Aceptar nuestros sentimientos.
Todos sentimos emociones positivas y negativas, y en esta situación las negativas son habituales para todos. Todos sentimos emociones negativas respecto a los atascos, los jefes y las reuniones, y después de haberlos olvidado durante nuestras vacaciones es normal que estas emociones vuelvan.
La manera en la que aceptamos la vuelta al trabajo depende de nuestra tolerancia a la frustración, de la manera en la que pensamos sobre nuestra vida y de nuestra facilidad para adaptarnos a los cambios. “Como en todo trastorno emocional, el cómo nos tomamos las cosas depende exclusivamente de nosotros”. “Por eso es tan importante no generalizar, ver en qué aspecto personal me afecta a mí y qué soluciones aunque sean pequeñas puedo tomar para mejorar mi vida”.
Preguntarnos si realmente tenemos el síndrome postvacacional, o si son simplemente emociones negativas comunes. El síndrome postvacacional demuestra “que no nos gusta la rutina que tenemos, el trabajo al que nos dedicamos, los compañeros, el medio de transporte, la ciudad…”.
O bien identificar si tenemos que solucionar un problema grave, si es que existe, más alla del síndrome después de las vacaciones. Sabemos que tenemos el síndrome postvacacional si sentimos desmotivación, apatía, insomnio, irritabilidad y, a veces, un estado de hipervigilancia. Este síndrome no debería durar más de dos semanas debido a que se provee que en ese tiempo la persona haya integrado la rutina, horarios y responsabilidades. Si el estado de ánimo negativo continúa, habría que acudir a un profesional porque posiblemente estemos hablando de otro tipo de trastorno.
2. Modificar nuestra manera de pensar frente al conflicto.
Nuestra felicidad depende no tanto de los factores objetivos (ganar dinero a cambio de hacer lo que nos gusta, tener un buen sueldo o trabajar cerca de casa), sino de la manera subjetiva de ver nuestra vida. Es importante encontrar el lado positivo de nuestra situación y no comparar nuestra vida con la de los demás. Qué es el esfuerzo, la responsabilidad y la rutina. Si estuviésemos siempre de vacaciones, llegaría un momento en que no disfrutaríamos de ellas y nos acostumbraríamos a ese estado. La rutina y los horarios son buenos para nuestra estabilidad emocional, ya que nos dan capacidad de control sobre nuestra vida, aportando orden y sentido.
3. Afrontar el nuevo reto con determinación.
Cuando nuestro malestar responde sólo al conflicto postvacacional, podemos iniciar la vuelta a las rutinas con determinación y espontaneidad. La única manera de resolver la tensión y ansiedad es atravesándola, asumiendo el riesgo de vivir. Para ello es importante que desarrollemos la capacidad para estar en contacto con nuestras necesidades y expresarlas a los demás de la forma más adecuada. A mi pareja, a mis hijos, a mis compañeros de trabajo, etc.
Aunque no lo creamos, siempre hay cosas que podemos cambiar, aunque sean pequeñas, intentar ser más asertivos con nuestros superiores, salir a la hora que nos corresponde del trabajo, parar los pies a ese compañero que siempre se aprovecha de nosotros, etc.